Desde muy lejos, de algún lugar aún desconocido, con una lengua que no tiene parentesco en América, los Yanomami, “los que viven en casas” se establecieron en la remota Sierra Parima cerca de donde nace el río Orinoco. Allí se hicieron fuertes e iniciaron la ocupación de las cabeceras de los ríos que bajan de esas montañas, en un proceso de expansión demográfica particular con el que lograron adueñarse de una vasta zona de bosque lluvioso entre Venezuela y Brasil.

Descritos por Humboldt y Bonpland en 1800, los Yanomami han sido conocidos como Guaharibos y Guaicas. Hasta su contacto amplio, a mediados del siglo XX, han permanecido aislados, soberanos y libres como únicos sobrevivientes de la aculturación sistemática que ocurrió en las Américas tras la llegada de los europeos cinco siglos atrás.

En Agosto de 1991 participé como ilustrador naturalista en una de las expediciones multidisciplinarias que condujeron el antropólogo Napoleón Chagnon y el explorador Charles Brewer con la finalidad de estudiar y asistir a varias aldeas Yanomami no contactadas previamente en la remota cuenca del río Siapa y la sierra de Unturan, en el Amazonas venezolano.

Las imágenes de la muestra son una interpretación gráfica de la vida cotidiana Yanomami, desde una perspectiva testimonial, que nos invita a adentrarnos en un reservado mundo paralelo de seres humanos únicos en su género, cuya cosmovisión se transmite en forma oral de una generación a otra en elocuentes rituales.

Después de volar en helicóptero por cuatro horas desde Caracas, al entrar al shabono (comunidad) comprendí que el viaje hasta allí tenía una dimensión geográfica muy importante, claro está, pero también había sido una travesía en el tiempo hacia una época muy distante, tal vez como cuando nuestros ancestros vivían en Eurasia unos 10.000 años atrás, pero en este caso, sofisticadamente conectados con el bosque megadiverso Neotropical.

El elevado sentido estético Yanomami alcanza su máximo esplendor en el ornato corporal; refinados dibujos de onoto y hollín al que incorporan una ilimitada paleta de coloridos tocados hechos con plumas de sus aves mas exóticas y pieles curtidas, como ofrenda para sus huéspedes en las periódicas visitas a sus aliados de otros shabonos. También la guerra tiene sus códigos estéticos en los que predomina el negro de humo, asociado a los espíritus malignos que se desvanecen en el aire, quizá como una metáfora de los claro-obscuros del alma.

Los sueños y las alucinaciones inducidas por sus plantas mágicas son una extensión de la realidad, interpretada de una forma cultural muy específica en la que los hekuras (espíritus auxiliares) son atraídos por los shamanes hacia su pecho para albergarlos y enviar desde allí maleficios contra sus enemigos en la distancia, o lo contrario, efectuar curaciones a sus parientes cercanos, en una puesta escénica de cantos y danzas, con todo un simbolismo propio.

Afortunadamente los yanomami no son tan humildes como para someterse a otra cultura; se ufanan de ser Waiteri (valientes, aguerridos) y parecen estar claros en mantener su identidad cultural y las tierras que habitan.

En agradecimiento a los Ashidowa-teri y Dorita-teri por habernos albergado en sus casas y habernos mostrado la cara muy humana del Alto Orinoco. Caracas 27 XI 2021

“Xamatari, la gente del tapir” Bajo el auspicio de la Embajada de Francia en Venezuela, Avenida Trinidad con calle Madrid, las Mercedes, Caracas. Del 24 de noviembre de 2021 al 24 de febrero de 2022.

LA EXPEDICIÓN FRANCO-VENEZOLANA de 1951 a propósito del 70 Aniversario

“¿Qué sentí cuando subí y me di cuenta que había cumplido la misión?” No podría contestar; quien sabe, cuando me haya pasado esta inmensa emoción de haber triunfado. Tumbé árboles y grité con toda mi alma Viva Venezuela!, y tres voces, viriles, emocionadas, me contestaron con un Viva!, que no olvidaré jamás. Había ganado la partida, gracias a Dios. Era el 27 de noviembre de 1951 y la 08.51 horas.”

Con estas palabras, del relato “Donde Nace el Orinoco” describe el comandante de la Expedición Franco-Venezolana, Mayor Ej. Franz Rísquez el momento preciso del descubrimiento de la fuente del Orinoco en la sierra Parima del Estado Amazonas, tercer río en longitud del continente americano con 2.140 Km y tercero del mundo por su caudal, superado solo por el Amazonas y el Congo.

La Expedición Franco-Venezolana de 1951, surge como una empresa multidisciplinaria que conformó la Junta Militar de Gobierno a la cual se unió un grupo de entusiastas pertenecientes a la Sociedad Liotard de exploradores franceses, cuyo objetivo fue remontar el río Orinoco hasta su origen aún desconocido pero muy importante para establecer los límites de nuestra frontera con Brasil según los tratados entre las Coronas de España y Portugal que datan del año 1750.

Se designa al Mayor Franz Rísquez como jefe de la misión y al director del Museo de Ciencias José María Cruxent, Dr. Luis Manuel Carbonell, Dr. Pablo Anduze, Prof. León Croizat, Dr. Marc De Civrieux, Cap. Félix Cardona, Prof. René Lichy, Sr. Idelfonso Villegas y Sr. Manuel Butrón, como plana mayor de comando, Joseph Grelier, Raymond Pellegry, Franz Laforest, Pierre Couret y Pierre Ivanoff, personal francés, y un contingente de alrededor de 40 ayudantes de campo, criollos y Yekuanas en su mayoría.

A principios de año 1951 se establece un campamento base de aclimatación, en La Esmeralda, llamada así por los conquistadores españoles del sXVIII, obviamente deslumbrados por el exuberante verdor. Allí se levantan las cabañas y un campo de aviación en la sabana, desde donde la expedición inicia su actividad y se va conformando como equipo.

Grandes exploradores europeos y venezolanos tocaron La Esmeralda en su empeño por remontar el Alto Orinoco, sin embargo, muy pocos habían logrado atravesar el formidable Raudal de Guaharibos, que está casi a medio camino hasta la Sierra Parima, lugar donde se suponía que brota el agua de algún manantial que se va transformando en caudaloso gigante.

Una de las barreras que bloqueaba la navegación de ese punto en adelante tenía un componente psicológico; era el territorio inexplorado de los temibles Guaharibos que hoy conocemos con su verdadero nombre: los Yanomami, con quienes las primeras expediciones se toparon y los encuentros se tornaron en desencuentros e intercambios hostiles, de tal manera que desde ese punto en adelante se consideraba sumamente arriesgado adentrarse en la selva.

Los Yanomami, “los que viven en casas” son la cara humana del Alto Orinoco, los señores naturales de las tierras donde nace el Pata-ü (río grande), protagonistas de esta muestra de retratos a propósito de la expedición que oficialmente abrió la incursión en su mundo encriptado en una isla de tiempo.

El Alto Orinoco desciende desde Parima en forma accidentada, raudales y saltos, aguas blancas, filosas rocas, troncos y obstáculos que solamente se pudieron sortear sacando las pesadas embarcaciones por tierra, arrastrándolas por la margen del río, para botarlas al agua mas arriba, un enorme esfuerzo que sumado a las nubes de insectos hematófagos y las tempestades tropicales fue erosionado, el cuerpo y alma de los hombres que a lo largo de 5 meses dieron la batalla al el soberbio torrente.

Otro rasgo de la navegación fluvial de mediados del siglo XX fue la hibridación de tecnologías entre la curiara yekuana (ancestralmente impulsadas por canalete) y el motor fuera de borda a gasolina. La radio también jugó un papel principal, que facilitó a la aviación militar montar operaciones de suministros por medio de paracaídas, ubicando la posición precisa de los campamentos en la selva mediante coordenadas geográficas.

No todos pudieron llegar hasta la meta, hubo evacuaciones por enfermedad y agotamiento, así como también curiaras que se trabucaron perdiendo su valiosa carga, otras además se partieron en pedazos contra las rocas. La dinámica de la selva va desfigurando las relaciones entre los compañeros, aparecen tensiones. Las carencias alimenticias generan estrés, en especial la falta de sal que se escapa por sudoración extrema.

Se enrarece el clima de la expedición, aflora una pugnacidad insólita en algunos, a lo cual se suma el temor latente de ser atacados por tribus salvajes, que el médico denomina como “psicosis guahariba”. Por si fuera poco, se pretende ejercer una férrea disciplina militar sobre civiles académicos que prácticamente termina en motín.

Finalmente el misterio de las fuentes queda resuelto en la mañana del 27 de Noviembre de 1951, en un lugar remoto, inexistente en el mapa de Venezuela hasta ese momento, bautizado como cerro Delgado Chalbaud, donde se procede a edificar un hito geográfico de la Cartografía Nacional con las coordenadas: Latitud: 2° 19’ 5” Longitud: 63° 21’ 42”  Cota barométrica: 1.047 msnm.

La ubicación oficial del lugar exacto donde surge el mayor río de Venezuela y el levantamiento topográfico e hidrográfico durante el curso de la expedición es un hecho de gran trascendencia en la delimitación cartográfica del territorio nacional y una demostración de soberanía en el tablero geopolítico regional. Expediciones posteriores revelaron que la fuente no es solo una sino dos, separadas por 33 Km, que forman dos ríos de igual importancia, convergentes a una altura de 670 msnm.

En el ámbito científico la expedición produce hallazgos, trascendentales también, en antropología, etnografía y arqueología; se logra contacto amplio con los Yanomami en sus aldeas y se hacen las primeras observaciones que serán de gran utilidad para su estudio como uno de los últimos grupos humanos que había permanecido aislado de los conquistadores europeos durante 4 siglos y medio, esto, a su vez, precipita el clásico e inevitable proceso de aculturación que ha padecido la mayoría de los pueblos nativos de América.

Las colecciones zoológicas, botánicas y mineralógicas que la expedición fue evacuando a lo largo del viaje, fueron acopiadas en el Museo de Ciencias en Caracas y distribuidas a las instituciones oficiales en Venezuela, Francia y Estados Unidos, para su análisis y registro.   

A setenta años de aquella memorable gesta de soberanía territorial, hoy, en la cuenca del Alto Orinoco proliferan las minas de oro a cielo abierto, minería de garimpeiro, con maquinaria, logística aerotransportada y grupos irregulares armados, empleando como mano de obra a esclavos indigenas, que sin tener consciencia contaminan los cuerpos de aguas con mercurio y producen altos volúmenes de sedimentos que alteran la vida del frágil ecosistema, amenazando con la extinción a varias especies de fauna y flora únicas en su género, en uno de los bosques con la mayor biodiversidad del planeta, declarado como Reserva de Biosfera por la Unesco desde1992.

¿Cómo trazar un plan de protección para la gente y los ecosistemas vulnerables de la expoliación minera, en un territorio extenso y a la vez distante antes de que el daño sea irreversible? He ahí el reto existencial del presente y del futuro en lo concerniente a la preservación de las cuencas fluviales al Sur de Venezuela.

De las iniciativas actuales, cabe resaltar la meritoria labor que realiza el grupo de médicos y técnicos de salud del CAICET y el Programa de Eliminación de la Oncocercosis, que asisten a mas de 380 comunidades en la región, en un tremendo esfuerzo de equipo para complementar las practicas shamánicas autóctonas.

Finalmente, valga la conmemoración de la Expedición Franco-Venezolana para convocar a toda la sociedad en un compromiso sincero por la protección de la gente de la selva y su entorno, mas allá de las fronteras políticas, apelando a la ley y el orden territorial.

Urge reformar nuestra relación con la tierra, reconectarnos con ella, abrir la conciencia hacia el respeto por la biodiversidad y los complejos ecosistemas, sin los cuales nuestra supervivencia como especie se verá seriamente amenazada por las fuerzas que regulan el equilibrio biológico del planeta.